Tal vez por su cercanía con Finlandia (lo que permitió el acceso de música occidental a la Unión Soviética), Leningrado (la actual San Petersburgo) se convirtió en el centro de la cultura del rock en Rusia desde mediados de los ’70, y fue allí donde se vio el nacimiento de las primeras bandas con influencias occidentales pero con una personalidad única. El Club de Rock de Leningrado fue el sitio que cobijó los sueños y los sonidos de esos jóvenes que buscaban un espacio para difundir y crear su música.
Esa escena del underground y la cultura rusa de los ’80 es la que recrea Kirill Serébrennikov en su última producción: Leto, una biopic que también es un musical, con una historia de amor (o más bien un extraño triángulo amoroso), mucha ficción, drama y escenas casi surrealistas que cuenta con un personaje especial que no es más que el espíritu y la voz de los jóvenes que la protagonizan.

El reparto protagónico lo componen Teo Yoo (interpretando a Viktor Tsoi quien fue cantante de la mítica banda Kino) Roman Bilyk (en el papel de Mike Naumenko integrante de Zoopark, una de las primeras bandas de rock rusa y mentor de Tsoi) e Irina Starshenbaum (como Natalia Naumenko esposa de Mike).
En un blanco y negro que materializa este cine de autor y se torna a color por momentos; aquellos donde se presta a la fantasía, y los planos secuencia se transforman en auténticos videoclips o en memorias de los protagonistas.
La banda sonora incluye música de Zveri, debido a que Bilyk quien interpreta a Naumenko es el actual cantante de esta banda que se formó en 2002. Tampoco faltan clásicos de Zoopark y Kino (las dos icónicas bandas en las cuáles se centra el argumento de la película) y unas reinterpretaciones de «Psyco Killer» (Talking Heads), «The Passenger» (Iggy Pop), «Perfect Day» (Lou Reed), «All the young dudes» (David Bowie) y una exquisita selección de piezas que le dan el complemento necesario para reforzar las escenas.
Podemos percibir a través de la trama las aspiraciones y los sueños de estos jóvenes músicos al buscar identificarse o encontrarse en sus pares occidentales, pero también ese sentir colectivo del público que tenía que ocultar su éxtasis ante la atenta vigilancia de la KGB cual si fuera acompañado por los padres a un recital.
Parece que el bloqueo ha sido mutuo, tenemos presente la historia del rock occidental: The Beatles, Rolling Stones, T- Rex, Lou Reed… pero poco sabemos lo que sucedía del otro lado del globo, y tampoco lo sabía Serébrennikov: «mi generación tiene unos recuerdos muy fuertes de la energía de la Perestroika, ese periodo de tiempo inmediatamente después de la época de nuestra película. En realidad, no sabemos nada de la generación anterior a la nuestra, de su don natural de rebelión, su fuego interno. La Perestroika borró completamente esta generación, los convirtió en barrenderos o conserjes y pronto no quedó nada de ellos«.
Leto (que significa verano en ruso) es una buena oportunidad para entrar en el mundo del rock soviético, de la cultura underground de los ’80 en Rusia, pero además para quienes disfrutan del buen cine, es estéticamente impecable, y a pesar de sus dos horas de duración el espectador se ve atrapado en la trama y no quiere dejar pasar un solo detalle.