Este lunes 29 de septiembre, en el Aula Estudio de la Facultad de Arte (UNICEN), el dúo El Juego Infinito, integrado por Hernán Kerlleñevich y Jerónimo Naranjo, ofreció una experiencia singular: un cruce vivo entre música, sonido y cine. La actividad, organizada por la Secretaría de Extensión y el Departamento de Artes Audiovisuales con el acompañamiento del proyecto de investigación Sonoturgias Expandidas, reunió a estudiantes, docentes y público general en una clase abierta gratuita que combinó performance y reflexión.
La primera parte: música en vivo sobre un clásico experimental
El encuentro comenzó con un ejercicio de live scoring sobre el corto “The Fall of the House of Usher” (1928, EE.UU.) de James Sibley Watson y Melville Webber, inspirado en el relato de Edgar Allan Poe. Con guitarras, sintetizadores y recursos electroacústicos, Kerlleñevich y Naranjo acompañaron en vivo las imágenes cargadas de obsesiones, escaleras imposibles y atmósferas inquietantes.
El dúo explicó que su propuesta siempre es improvisada: “Todo show es distinto. Nos dejamos llevar por lo que aparece en pantalla: las texturas visuales nos sugieren texturas sonoras”.
Incluso abordaron el recurso conocido como “Mickey Mousing”, técnica nacida en los primeros cortos de Disney, donde la música imita literalmente las acciones físicas en pantalla (martillos, caídas, pasos). “Por momentos jugamos con eso, pero lo usamos como un recurso entre muchos”, aclararon.
La segunda parte: del Mickey Mousing a las temp tracks
En la charla posterior, los músicos repasaron distintos métodos y tradiciones en la relación entre sonido y relato audiovisual. Desde las primeras partituras para cine mudo, pasando por compositores que trabajan en tándem con directores (como Danny Elfman con Tim Burton) hasta las llamadas temp tracks o “pistas temporarias”, músicas de referencia que los montajistas utilizan durante la edición para marcar ritmo y atmósfera.
El problema, explicaron, surge cuando los directores “se enamoran” de esas referencias: “A veces cuesta mucho convencerlos de aceptar una propuesta nueva, y no simplemente pedir ‘algo parecido a esto’”.
Citaron ejemplos de películas como The Nightmare Before Christmas (Henry Selick, 1993) y Coraline (Henry Selick, 2009, música de Bruno Coulais), que suelen confundirse con el universo de Burton pero muestran cómo la estética visual y sonora genera genealogías propias.
Entre el oficio y el arte
Kerlleñevich y Naranjo remarcaron que la composición para cine se mueve entre la creatividad artística y el oficio: “A veces se arranca con una música madre, la de la escena principal, y de ahí se desprende la paleta sonora de toda la película”. Esa “paleta” puede incluir cuerdas, guitarras, timbres experimentales o silencios significativos, siempre en diálogo con el universo estético del film.
También compartieron el cortometraje “Pasajero” (2022) de Juan Pablo Zaramella, realizado junto a Cecilia Castro en el diseño de sonido y música, además de Hernán Kerlleñevich. Allí, sonido y música se confunden hasta volverse indistinguibles: “En este caso, la música nace del sonido mismo. No hay fronteras claras”.
Una clase que fue una performance
La charla se vivió como un cruce entre clase, concierto y laboratorio. Los asistentes no solo escucharon teorías sobre música para cine, sino que pudieron ver (y oír) cómo las imágenes mudas de un corto de 1928 cobraban nueva vida con sonoridades contemporáneas.
Al final, quedó una idea fuerza: la música en el cine no es solo acompañamiento, sino un lenguaje que respira, improvisa y transforma la percepción del tiempo y la emoción en pantalla.