Por las calles de Tandil todavía resuena su voz, inconfundible, llamando a la próxima noche. El Negro Porro fue un personaje imposible de encasillar: ex jugador de fútbol, militante de la UCR en los primeros años de democracia, visitador médico de profesión, noctámbulo empedernido, mujeriego incorregible y amigo de todo el mundo. “Personaje muy de la calle, muy de acá”, lo define con cariño Juan Salceda, guitarrista y compañero de banda.
Siempre estuvo rodeado de música. Su vida estaba atravesada por el rock: fue voz, fue presencia, fue el motor que empujaba a los demás a tocar. En los años previos a su último proyecto, fue parte de Pedregullo, grupo con el que compartió escenario con decenas de músicos locales. Pero el Negro no sabía quedarse quieto: antes de su muerte, fue él mismo quien salió a buscarlos uno por uno y formó ADN (Aliados del Negro), la banda que todavía sigue tocando como testamento de su espíritu.
El Negro Porro tenía ese magnetismo que no se fabrica ni se estudia: era de esos tipos que prendían fuego un boliche con solo entrar. Un personaje que mezclaba calle, fútbol y rock con la misma naturalidad con la que se tomaba un trago en la barra.
Su último show fue casi un adiós definitivo. Muy enfermo, cuando casi no podía más, se subió al escenario de Macanudo, cantó sentado y dejó la vida en cada nota. La gente lo notaba, lo aplaudía y lo ovacionaba, consciente de que estaban presenciando los últimos acordes de un personaje irrepetible.
Su despedida post mortem fue tan ruidosa como su vida: el 30 de noviembre de 2024, en el Club Hípico, sus amigos y compañeros lo homenajearon en un tributo inolvidable: Aliados del Negro Rock. Un recital cargado de electricidad, emoción y fotos imborrables, registradas por la lente sensible de Julieta Valenzuela.