Con una banda de lujo integrada por Alejo León y Rubén Martinez en guitarras, Facundo León en bajo, Walter Martínez en batería y Joana Gieco en teclados, Ricardo Iorio se presentó nuevamente en la ciudad de Tandil el pasado sábado 11 de diciembre.
Pero eso es algo que te puede contar cualquiera… Hoy quisiera retratar y relatarte en primera persona lo que fue el recital para alguien que en su vida escuchó metal. No es que no tenga idea del género en absoluto, pero sí debo decir que lo mío es el pop (al menos donde me muevo como pez en el agua).
Salimos de casa después de las 21 caminando despacio (los sábados no es sencillo conseguir remis sin demora en la ciudad), acompañada de dos fieles guardianes y amigos, conversando mientras cruzamos toda la Avenida Colón. Si hay dos cosas que amo tanto o más que la vista deslumbrante de las sierras en esta ciudad son: caminar por Colón disfrutando de esa arboleda que la decora, y Villa Italia.

Entrar a Villa Italia es como cruzar la frontera y encontrarte en otro país o en otra ciudad. El portal que te da la bienvenida, las casas construidas en altura, esas escaleras con las que puedo cruzar de un lado al otro de Quintana, la plaza para skaters y ahí llegamos a Unión y Progreso: el club del barrio.

En la esquina nos encontramos con conocidos de la vida y de la música, algunos iban al recital, otros solo iban a disfrutar de la mística, de ese encuentro con el otro, aquel con el que me siento unido de por vida solo porque admiramos y seguimos al mismo artista. En Argentina el rock es ritual, es filosofía, es lucha, es amor, libertad, es la vida misma… Ahí nos sentamos en la ventana del almacén, con empanadas caseras y anécdotas de aquellos «años felices» donde la noche era tan eterna, como hoy.
A eso de las 22.30 subimos por la escalinata del club, vamos entrando… el tiempo congelado. Aparecían rostros que no ves por el centro «tandilín», que no sabés dónde se esconden el resto del año, ahí estaban, todos. Solos, juntos, coreando, pogueando, saltando. Una hermandad como pocas veces se ve en la vida. Lo que pasaba adentro y afuera era una comunión eterna.
Por momentos aire caliente, irrespirable, y por otros, una brisa fresca que venía de la música misma. ¿Qué decir del show? Hasta ese momento no sabía que me podía gustar el metal, pero que además esa fusión que hace Iorio con el folclore, lo hace aún mucho más especial: «Por la ambición del poder
La libertad peligrando«, y arranca «Revuelo de ponchos rojos», se me erizó la piel. Se respiraba paz y la voz líder sonaba con un compromiso social y patriota inquebrantable, que dejaba entrever en sus comentarios: «¿Así que ahora nos quieren imponer un pase?» pronunció.

En una noche que culminó con una lluvia veraniega y que nos atrapó caminando por la Plaza del Tanque a la vuelta del show, debo admitir que volvería. Volvería a corear clásicos como «Toro y Pampa» y comprometerme a aprender el resto de las canciones para poder fusionarme con todas las almas allí presentes y así poder sentir la emoción que sé que ellos estaban sintiendo, al unísono.