En las calles adoquinadas de San Telmo, donde el tango susurra en las esquinas y el arte respira en cada pared descascarada, Joan Schmidt ha estado tejiendo un universo sonoro que es tan íntimo como expansivo. Este artista porteño, con una guitarra que parece una extensión de su alma y una mirada que refleja historias no contadas, ha convertido la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el lienzo de su folktrónica y rock alternativo. Su último lanzamiento, «Sesión en una casa enorme«, grabado en el imponente Palacio El Victorial, no es solo un conjunto de canciones: es una carta de amor a sus fantasmas, a su banda y a la resistencia de hacer arte en un mundo que no siempre lo valora. Escuchar a Schmidt es como entrar en una casa vieja llena de ecos, donde cada crujido cuenta una historia.
La sesión es un destilado de influencias que van desde la experimentación etérea de Juana Molina hasta las texturas emocionales de Radiohead, pasando por la introspección de Bon Iver y la narrativa épica de Sufjan Stevens. Sin embargo, el sonido que Schmidt y su banda logran aquí es distintivamente suyo: un folktrónico que se tambalea entre lo clásico y lo futurista, con bajos filosos, sintetizadores grandilocuentes y guitarras distorsionadas que evocan a Jeff Buckley y al mismísimo Spinetta.
Con una energía cruda y más rockera que su debut «El último espacio vacío«, aparecen arpegiadores que hipnotizan, un octapad que marca el pulso como un corazón inquieto y coros que flotan como nubes en un cielo tormentoso.
La génesis de esta sesión es una historia de reinvención y camaradería. Durante casi un año, Schmidt y su banda: Fabrizio Calabrese (teclados), Agustín Scavino (sintetizadores y guitarra), Luciana Rodríguez en coros, y Manuel Berenstein (batería y percusión), se sumergieron en la tarea de reversionar las canciones de «El último espacio vacío» para darles una nueva vida en el escenario. Lo que encontraron fue una sonoridad más visceral, más “viva”, que pedía ser capturada. Este proyecto, dice él, es también una celebración del esfuerzo colectivo, un homenaje a los amigos que pusieron amor y talento en un contexto donde el arte es un acto de rebeldía.
Schmidt ya está cocinando un segundo álbum que promete nuevos rumbos, un grito de vida, un testimonio de que el arte puede florecer incluso en los márgenes.