No hace falta googlear mucho: abrís Instagram y ya te están ofreciendo «7.83 Hz para sanar tu vida«, «cuencos tibetanos para dormir como un monje zen» y «binaural beats para la abundancia«. Todo muy lindo, pero… ¿Cuánto de ciencia y cuánto de humo hay detrás de este boom sonoro?
Un día me crucé con un video que decía: «Escuchá esta frecuencia durante un año y la riqueza llegará a vos.» Me puse los auriculares, cerré los ojos… y bueno, acá estoy: escribiendo esta nota para ver si el algoritmo me da un mango en YouTube.
Porque la pregunta es inevitable: ¿los sonidos sanadores curan, o nos están vendiendo un placebo con packaging New Age?
Aclaremos: yo estudié Terapias Holísticas. No hablo desde la tribuna de los escépticos ni desde el club de los «todo es un verso«. He probado de todo: alimentación consciente (maravillosa), aromaterapia, y la fitoterapia (bendita sea después de un asado), numerología, astrología, radiestesia. Algunas prácticas son potentes, casi mágicas. Otras, por momentos, parecen un flyer hippie reciclado de los 90.
Lo que aprendí es que cada terapeuta (y cada paciente) debe ser su propio científico. No se trata de leer papers de Harvard, sino de observar: ¿me funciona o no? Tomemos un ejemplo simple: tomás un té de manzanilla y te relaja el estómago. Eso es fitoterapia en estado puro. Escuchás un drone de Brian Eno después de bancarte ocho horas de gritos en una escuela secundaria… y tu sistema nervioso agradece. ¿Hace falta un paper científico para eso? No. Hace falta probar.
El problema es cuando todo se convierte en promesa mágica: «Cura el insomnio, la ansiedad, el karma de siete vidas y hasta la deuda con la tarjeta de crédito.» Ahí es cuando uno sospecha.
Entrás a YouTube y encontrás miles de videos de «frecuencias sanadoras«. ¿Quién los hizo? ¿Un músico con formación en acústica y vibración? ¿Un terapeuta con experiencia? ¿O un youtuber vivo que bajó un loop gratis, le puso un título marketinero y un fondo con estrellas brillando?
El sonido tiene poder, sí. Pero también tiene un negocio detrás. Y la diferencia entre el poder y el negocio es fina: está en quién lo usa y para qué.
Entonces… ¿los sonidos sanan? Sí, cuando vienen de un lugar genuino, cuando son aplicados con criterio, cuando vos mismo notás el efecto en tu cuerpo. ¿Son también un negocio fácil? Obvio, cuando cualquiera sube un ruido genérico y lo vende como llave mágica del universo.
En conclusión: que cada uno haga la prueba. Porque quizá la frecuencia que realmente te cambia la vida no sea la de 7.83 Hz, sino la de tu propia voz diciendo: «Voy a escuchar, pero también voy a pensar«.

