¿Cuánto hay de música y cuánto de marketing en los Premios Gardel? ¿Son motivo de celebración del arte o simplemente un encuentro de sellos grandes?

Anoche se llevó a cabo una nueva edición (la número 26) de los Premios Gardel en el Teatro Coliseo de la Ciudad de Buenos Aires (porque Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires). Con gusto a poco, a nada o a siempre lo mismo. Con invitados que son como esa torta decorada que ves en la vidriera de una confitería cara: reluciente, con cereza arriba, pero si le metés cuchillo, te das cuenta de que es de telgopor. Y sí, a todos nos gusta una gala con luces y vestidos, pero cuando uno se asoma un poquito al detrás de escena, la pregunta es inevitable: ¿Quiénes están realmente siendo premiados? ¿Qué música está recibiendo ese galardón?

Spoiler: no son los artistas independientes de Tandil, ni la productora que graba cumbia electrónica en un monoambiente de Godoy Cruz, ni el músico de Jujuy que hace folclore con sintetizadores y una loopera prestada. No. En la mayoría de los casos, los ganadores de los Gardel son artistas que ya están pegados, firmados, posicionados, marketineados. Son los nombres que te suenan porque ya están en la playlist del supermercado.

Los mismos de siempre, en loop

Vos mirás la lista de ganadores y te preguntás si estás viendo la premiación del año o un homenaje a los artistas que suenan hace diez. Los sellos, los nombres, los géneros. Siempre lo mismo. ¿Por qué el Gardel al «Nuevo Artista» se lo lleva alguien con millones de reproducciones en Spotify, shows a sala llena y un contrato con Sony desde antes del primer disco? ¿Qué tan nuevo puede ser algo que ya viene con videoclips más caros que el presupuesto de una escuela rural?

Deberíamos dejar de juzgar y entender que en realidad son el premio a la industria, no a la música. Claro, y si uno critica, enseguida saltan los defensores de un sistema al cual no pertenecen: «Pero están los Gardel federalizados, el Consejo Asesor, los votos abiertos…» Sí, claro. Pero cuando escarbás, resulta que los votos «abiertos» están en manos de un jurado que, en muchos casos, pertenece al circuito de siempre. Productores de majors, periodistas que también trabajan para los mismos medios que inflan esos artistas, managers que comparten cenas y campañas.

O sea, no es una conspiración: es una estructura armada para premiarse entre ellos. Y lo hacen bien, eh. Con gala, con emoción, con discursos de «esto es por la cultura«. Pero la cultura real, la de las provincias, la del artista que hace música mientras labura en una panadería o da clases de guitarra en un club de barrio… esa cultura no pisa la alfombra roja.

El under suena mejor, pero no se maquilla

Los Gardel parecen una remake low cost de los Grammy: escenografía de cartón pintado, playback disfrazado de «show en vivo«, trajes prestados y una banda de sonidos que se repite como jingle. No hay riesgo. No hay fusión. No hay experimentación. ¿Folclore experimental? Ni en chiste. ¿Música instrumental? Apenas un guiño. ¿Cumbia electrónica? Si no la grabaste con un productor con apellido doble, olvidate.

Y mientras tanto, el under vibra en sótanos, en patios, en salas independientes, y produce música que te parte el alma sin necesidad de autotune ni cuatro cámaras HD. Pero claro, no es «comercializable». No entra en el molde.

¿Y quién vota a quién? El jurado de los Gardel es como un club privado. Tiene reglas que nadie conoce del todo, miembros que rotan poco y amistades que pesan más que una buena canción. ¿Quién decide que una banda de rock experimental de La Rioja no vale más que un trapero con una sola canción y un millón de seguidores comprados? ¿Quién define qué es «popular» y qué es simplemente una moda bien financiada?

Y ojo, que hay artistas increíbles entre los nominados, incluso entre los ganadores. No es cuestión de tirar por tirar. Pero no se puede negar que los Gardel no están para descubrir talento, están para validar lo que ya está bendecido por las discográficas grandes (y sus subsellos disfrazados de «independientes con espíritu DIY«).

Sería hermoso pensar que los Gardel son una celebración plural de la música argentina. Pero por ahora, parecen más bien una entrega de diplomas a los egresados del sistema.

Y la música, esa que se hace en casas humildes, en estudios caseros, en pueblos que no tienen ni una sala de ensayo decente… esa música sigue esperando. No un premio. Un lugar.

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