Un análisis del nuevo ídolo juvenil como producto de ingeniería cultural, donde la disidencia ya viene empaquetada y sin manual de pensamiento crítico.

Hay algo profundamente inquietante en ver a chicos de 14 años con remeras que dicen «Post Mortem» cantando sobre drogas, vacío y muerte… mientras cargan un iPhone y pagan el recital con Mercado Pago. Algo no cierra. O sí: la rebeldía ya no es peligrosa, es vendible.

Dylan León Masa, alias Dillom, es para muchos el nuevo referente del «rockstar contemporáneo«, aunque sus bases estén más cerca del algoritmo que del garage. Su estética glitch, su lírica de ultratumba adolescente y su discurso «libre» parecen un símbolo de rebelión… pero en realidad son el envoltorio perfecto de una obediencia disfrazada de caos.

No lo digo desde el moralismo conservador ni desde la nostalgia rockera, sino desde la intuición de que esta «cultura del exceso» ya no incomoda al sistema: lo sirve. Y lo cito con respeto, pero también con distancia crítica: Dillom es el ídolo ideal del capitalismo tardío disfrazado de punk digital.

Tavistock, marketing emocional y el plan para neutralizar la rebeldía real

En el libro «Instituto Tavistock: los ingenieros del caos«, Daniel Estulin plantea cómo las élites culturales han logrado canalizar la energía transformadora de la juventud hacia formas inofensivas de pseudo-rebeldía. Es decir: dejar que los jóvenes «protesten«, siempre y cuando esa protesta no ponga en peligro el verdadero poder.

El arte, históricamente asociado con la conciencia y la transgresión inteligente, hoy parece haber sido reducido a una pose hipersexualizada, drogo-dependiente y completamente domesticada. ¿La ironía? Se venden como «independientes«, pero están más alineados que nunca con las agendas de consumo, control emocional y despolitización.

¿O acaso alguien cree que un Dillom tiene el mismo poder disruptivo que un Charly García subido al balcón de un hotel en los ’90?

No. Porque Charly desbordaba al sistema. Dillom le hace campaña.

La matrix del «todo vale» (mientras no pienses demasiado)

Nos venden libertad mientras nos llenan de algoritmos. Nos venden rebeldía mientras nos bajan la persiana del pensamiento crítico. Hoy, la juventud no es peligrosa: es rentable. Y eso es quizás el verdadero fracaso de esta era: la rebelión ya no estalla, se reproduce en TikTok.

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