La Sociedad de Autores y Compositores de Argentina (SADAIC) en su web oficial anunció la incorporación de nuevos cambios en el registro de obras donde ya no exige la partitura para finalizar el trámite. A primera vista, esta medida podría interpretarse como una modernización del sistema, adaptándose a los tiempos del audio digital y la inmediatez. Pero detrás de esta decisión, se esconde una serie de consecuencias que afectan no solo a la calidad del registro, sino también a la economía de quienes trabajan profesionalmente en la transcripción musical.
La eliminación de este requisito plantea una pregunta central: ¿Qué se pierde cuando dejamos de escribir la música? Registrar una obra solo con un archivo de audio (sin un soporte escrito que detalle sus elementos musicales) abre la puerta a una banalización del proceso creativo. Se pierde el análisis formal, la posibilidad de interpretación futura, y la obra queda limitada a una grabación muchas veces precaria. Esto no solo empobrece el archivo cultural: también representa una pérdida de trabajo para profesionales que se dedican a la transcripción, el arreglo y la escritura musical.
Este nuevo sistema también favorece la masificación de registros sin filtro. Muchos géneros populares contemporáneos como el trap y el hip hop (que no necesariamente priorizan la formación musical tradicional) ahora pueden registrar canciones sin ningún tipo de exigencia técnica o formal. En lugar de fomentar la profesionalización, SADAIC estaría incentivando una cultura del “registro exprés”, donde una base rítmica con una voz superpuesta puede ser inscrita como obra musical, sin ningún otro requerimiento. Además, esta medida impacta directamente en quienes se dedican profesionalmente a la escritura y transcripción de partituras. Copistas, arregladores, músicos formados en lectura y escritura musical ven afectada su fuente de trabajo.
No se trata de descalificar géneros ni estilos, sino de advertir que la eliminación de estándares mínimos termina afectando la calidad general de lo que entendemos como música registrada. El resultado: una cultura cada vez más empobrecida, un archivo menos riguroso, y una institución que en lugar de jerarquizar el trabajo artístico, lo rebaja.
SADAIC, como entidad que debe velar por los derechos de autor y el desarrollo de la música argentina, no solo debería adaptarse a las nuevas tecnologías, sino también defender los valores culturales que hacen de la música un arte complejo, profundo y colectivo. Este cambio no representa una democratización del acceso, sino una nivelación hacia abajo que erosiona la riqueza de nuestro patrimonio sonoro: ¿Queremos una cultura que registre audios pasajeros o una que conserve, estudie y respete la música como lenguaje y arte?