En honor a la nominación a los Oscars que recibió Argentina, 1985

Apagué la tele. La película había terminado y ya eran dos, las veces que la había visto y las personas frente al televisor. Mi novia, extranjera ella, elogiaba elocuentemente el filme. Yo ignoraba todo. Lo que más me había resonado en ese momento era un bombo y caja electrónico. Ochentero, oscuro y nítido. A la vez, rico en frecuencias.

En el silencio absoluto y oscuro del cuarto, lo único que quedaba de aquel himno era un recuerdo que se alejaba más y más a cada segundo que pasaba. Lo recordaba con anhelo, como si mi inconsciente me dijera que volviese a ver entera tres horas de película para ver el final de la que en ese momento ya se había convertido, en mi mente y corazón, en obra magna de la cinematografía moderna.

Y me enamoré, me enamoré como un niño de su maestra, como de una abeja a una flor, me obsesioné incluso, dirían algunos; pero en mi mente era un zumbido que se repetía en un vaivén de frases hermosas que conformaban estrofas que me llevaban a los campos elíseos de forma sincopada. La amada libertad, di cuenta. ¡Así es! La música amada que nos libera, nos deja ser, nos escapa de los encierros del alma.

Y entendimos todo, yo, mi chica, todo el mundo. La libertad está en todos lados, está en nosotros, está en ganar una copa del mundo, está en lavar los platos, en vivir, en caminar por la calle; está en la felicidad, pero hoy estaba un poco más en la música.

Feliz con esta autoconvencida conclusión, me di vuelta en la cama. Apagué las luces, y cerré los ojos; pensando que había resuelto aquello que me había hecho quedarme mudo durante cinco minutos frente a un televisor negro, sin imagen. Salí entonces, en un bello technicolor por la televisión, y todo era ese bombo, dos timbales y un aplauso. En un regocijante tarareo del interludio, empece a sentir a mi amada libertad. Y Jung y Freud me hablaban de inconsciente en mi letargo, casi como bromeando de mi locura representada por aquella locura de color, amor y en cierta parte, libertad dentro de todos nosotros. Y desperté, cantando esa canción.

Garcia, 1982; Diuxs

Llevo un rato ya hablando de ella, casi como si de un estupefaciente se tratase. Quizás es lo que es, nos protege y cuida de aquello que hace la realidad tan dura: Perder nuestra libertad. Temer de ello, asustarnos como el mito platónico de la caverna. ¡Maldita sea! Volví a caer en el juego que me propuso una canción al final de una película, cómo algo tan insignificante para el hombre trabajador promedio me daba tanto problema. Debo parecer pretencioso. En cierta parte lo soy al escribir este texto.

Entonces volví a escuchar, y nuestra canción de cuna me recordó el mantra: Siempre la llevarás (a la libertad, obvio). Y nos recuerda, que aunque nos olviden, ella siempre está. En este mundo donde la vara de libertad eterna se nubla con pasos agigantados de tecnología y distopías que cada vez son más realistas, tenemos que recordarnos de cantar de nuevo, una vez más. 

Boleto promocional Charly Garcia Ferro; 1982

Salí de la pieza, caminé por el parque, vi el sol y me di cuenta. “Inconsciente colectivo”, es la mejor canción de la historia. Fue raro al principio decir eso, habiendo tanta música, tantas canciones de los Beatles que escuché cientos de miles de veces, todo para decir que esa era la respuesta a mi llanto desconsolado cada vez que sonaba en mis auriculares. Llamé a mi compañera. Lo comenté y me dijo que no me lo pensará demasiado; que es algo pretencioso decir que esa es la mejor canción de la historia, ya que hay demasiadas para decir que una es mejor que otras. No pude contradecirla, porque técnicamente, tiene razón.

Todos caminaban bajo el sol, viendo el verde brillante que resaltaba de entre toda la flora del parque. Quizás, asi es como representaban un poco de esa realidad, que es inconsciente, colectiva, y humana. Claro, si todos somos libres, caminábamos divirtiéndonos, besados algunos, abrazados otros (lamidos algunos, olidos otros, pero esos no reconocen su libertad, porque son perros). “Mateados” algunos, comidos otros. ¿Es así, entonces, lo qué es mi amada libertad? Claro que sí. Y mucho más, que no se ve en un parque a las cuatro de la tarde.

Las bellas flores rosáceas; 2022

Vi las flores, de colores rosáceos bellos. Retomé la idea de la canción. Pensé entonces que enloquecí por creer eso, pero me di cuenta que tal vez no era esa mi respuesta. ¿Cómo no lo va a ser? si describe en esencia total la sensación de ser libre. De vivir, de palpar libertad, de que sea de todos y no excluyente, que ni los hambrientos, locos, ni los presos son excusados de ella. Y la abeja que pasaba me hizo darme cuenta que la primavera susurraba la respuesta propia de qué quería decir: Cada vez que la escuchamos nos recuerda qué es la libertad, la enseña, la canta, la imprime y la tatúa.

Me siento. Me pongo los auriculares y nace una flor.

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