La música Pop ha sido etiquetada como «música comercial» en múltiples ocasiones al distribuirse en forma masiva, pero no debemos olvidar que en el mercado conviven propuestas hegemónicas de interés monopolizador y algunas otras con identidad propia y de influencia local.

Si cerramos el discurso del pop dentro de sus propiedades de ser vendible, no tendríamos ninguna característica musical de la que hablar, y por otro lado no deberían venderse tampoco géneros como el rock, el jazz, o incluso la música clásica. Hablar hoy de música (cualquiera sea) es habla de industria y de mercados culturales, de marketing, de posicionamiento de artistas, de cifras.

Históricamente podemos partir desde la creación del primer gramófono a finales del siglo XIX, pasando por el vinilo, el cassette, el CD hasta llegar hoy día al streaming. Muchas de las canciones que nos han llegado a lo largo de la vida, no sería posible escucharlas si no fuese por la distribución y la comercialización de las mismas.

El objetivo de toda música creada es la divulgación, y en una economía capitalista cualquier artista que distribuye o vende su música en cualquier soporte sería «comercial«, tristemente para el género pop y muchos otros, esa visión mercantilista nos quita el foco de lo importante: analizar la música y el mensaje, las identidades colectivas, las cuestiones de género, la violencia o la ausencia de ella. La música no es solo un objeto de consumo, también es un artefacto rico en información para analizar las sociedades y sus comportamientos.

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